Para que repaséis la conjugación verbal dejo un enlace.
http://periodicoescolardelpablosorozabal.wordpress.com/2012/03/21/la-conjugacion-de-los-verbos-recursos-didacticos-para-primaria/
Este blog servirá para que los alumnos y profesores puedan encontrar herramientas útiles para aplicar en sus clases o en su propia vida, sobre cuestiones lingüísticas,literarias e incluso filosóficas. Apuntes de lengua, textos literarios, reflexiones del día a día en una clase de lengua desde 1º de eso en adelante.
sábado, 27 de abril de 2013
viernes, 12 de abril de 2013
miércoles, 3 de abril de 2013
Novela de 1975 a nuestros días.
Narrativa
del 75 a
nuestros días.
Conocida como la segunda Restauración, en
noviembre de 1975, tras la muerte del general Franco, las Cortes Españolas
tomaron juramento al rey Juan Carlos I: la transición política había comenzado.
La ansiada democracia y la lucha por las libertades y derechos de los
ciudadanos desembocó en la aprobación por referéndum de la Constitución Española
de 1978, y a partir de ahí los gobiernos elegidos democráticamente, aunque con
alguna sombra como la intentona golpista del 23 febrero 1981.
Tras la generación renovadora del 60,
encontramos tres nuevas generaciones. Los
integrantes de la generación del 75 responden al experimentalismo con
una contundente normalización narrativa, actitudes más fabuladoras, variedad de
tendencias y recuperación de técnicas más tradicionales. La generación de
los 80 sigue a la generación anterior y recupera tendencias como la novela
social y la experimentalista. La generación de los 90 se adscribe a las
tendencias en medio de las presiones comerciales del mercado.
La generación del 75 protagoniza el cambio
narrativo de la
Transición. Los escritores unidos de entrada al realismo
social, pronto se apartan de la experimentación y reaccionan contra ella en un
intento de moderar sus excesos y clarificar sus estructuras narrativas. Al eliminarse
de forma progresiva la complejidad textual, se proponen un retorno al
argumento, a la creación de personajes y a la narración de una historia cerrada
y continua con personas narrativas tradicionales. La consecuencia es que desde
el año 75 la novela vive un período de satisfacción creciente. En su evolución,
hay tres etapas: en la primera década los novelistas, liberados de la censura y
atenuados los compromisos políticos e ideológicos, se interesan por los temas y
motivos más fabuladores, en un tiempo titubeante lleno de expectativas. En la
década de 1980 alcanzan su madurez literaria, y escriben sus títulos más
relevantes. En los 90 la tendencia general es hacia la transparencia narrativa,
e incluso hacia la comercialidad.
Álvaro
Pombo, en su tendencia de realismo psicológico escribe El
parecido (79), Los delitos
insignificantes (86) y Donde las
mujeres (96) donde sondea el interior del ser humano. Hay que mencionar
también dos novelistas que añaden al tratamiento psicológico un especial empeño
en la configuración técnica: José María
Guelbenzu, renovador estructural en sus primeras novelas, El río
de la luna (81) y alcanza su más inquietantes indagaciones psicológicas en La mirada (87) o Un peso en el mundo (99); y Enrique Vila-Matas, escritor que intenta
descubrir la relación oculta del ser humano con la realidad cotidiana a través de
estructuras fragmentarias como en Una casa para siempre (88), Lejos de Veracruz
(95). En esta tendencia entrarían las novelas de Javier Marías como Todas las
almas (89) o Corazón tan blanco
(92). El realismo se abre también a otras posibilidades imaginativas y
fantásticas: Luis Mateo Díez no se
pliega a las presiones del mercado, presenta una evolución que discurre desde
la sencillez estructural hasta la complejidad de las últimas, La fuente de la edad (86), El expediente del náufrago (92), y en su
comarca de “Celama” El espíritu del
páramo, 96, y La ruina del cielo
(99). Similar proceso de mitificación, partiendo del realismo y recurriendo a
formas novelescas más variadas, realiza Eduardo
Mendoza con la ciudad de Barcelona, en La
ciudad de los prodigios (86) o Una
comedia ligera (96). José María
Merino, el autor más importante del género fantástico, suplanta la realidad
por una imaginación o un territorio metaliterario: Novela de Andrés Choz, El centro del aire (91) Las visiones de Lucrecia, (97).
El realismo expresionista aparece en otros
autores. Juan Pedro Aparicio, se
afirma en la visión distorsionada de la realidad histórica española en obras
como El año del francés (86), Retratos de ambigú (89) o ambientes
agobiantes como El viajero de Leicester (98).
Manuel Longares crea un texto
original en un explícito expresionismo en Soldaditos
de Pavía (84) y sin abandonar esta tendencia, escribe Romanticismo (2001), una novela mucho más objetiva y social. Manuel de Lope alterna las atmósferas
psicológicas inquietantes y personajes con una visión deformada de la realidad en
Madrid continental (87) y Bella en las tinieblas (97).
Un apartado especial lo constituye la
novela histórica, que cobra un auge notable con novelistas como Eduardo Alonso –Los jardines de Aranjuez (86) o Flor
de jacarandá (91); Raúl Ruiz, con
un tratamiento paródico y atemporal en obras como El
tirano de Taormina, o Sixto VI ;
y Lourdes Ortiz, que publica una
sorprendente novela histórica Urraca
(1982).
En la década de 1980, España entra en la UE y con ella la ocasión más
notoria para consolidar su modernización política, económica y social: la
sociedad del bienestar. La generación de los 80 intensifica la tendencia
realista, que en ocasiones puede llegar a la visión crítica y social. Rafael Chirbes, parte del franquismo
hasta el presente en títulos como La
larga marcha (96) o La caída de
Madrid (2000) y Los viejos amigos
(2003). Miguel Sánchez Ostiz alterna
obras de evocación de la memoria como Tanger-Bar
(87) con otras de crítica contra la sinrazón y las lacras de la sociedad Un Infierno en el jardín (95) y La flecha del miedo (2000); Mercedes Soriano se sitúa en un
realismo social contundente en Historia de
no (89) y Contra vosotros (91). Francisco J. Satué alterna el realismo
existencial en Desolación del héroe (89) con el realismo social en El caso Timmerman (99). Otra tendencia fue la novela mítica, la
mitificación épica de la tierra y sus gentes, de una cultura rural a punto de
desaparecer frente a la civilización urbana, Julio Llamazares en La lluvia
amarilla (88) y Escenas de cine mudo
(94). Luis Landero mitifica la
propia creación literaria en Juegos de la
edad tardía (89) y Gustavo Martín Garzo, une mito y leyenda,
realidad y fantasía en El lenguaje de las
fuentes (93); la novela expresionista tiene un digno representante, Antonio Soler, con obras cercanas a las
tragedias grotescas: Las bailarinas
muertas (96) o El nombre que ahora
digo (99); la novela psicológica representada por Francisco Solano y La noche
mineral (95) y Javier García Sánchez con Los amores secretos (87) y La
vida fósil(96);la novela discursiva y experimentalista está representada
por Agustín Cerezales y sus novelas La paciencia de Juliette (97) y Mi viajera
(2001). Dos autores requieren un comentario aparte por su evolución hacia un
tipo de novela más comercial: Antonio
Muñoz Molina con sus éxitos de ventas Ardor
guerrero (95) y Plenilunio (97); y Almudena
Grandes con Las edades de Lulú
(89) o Atlas de geografía humana (98) mientras pasó desapercibida su mejor novela Te llamaré viernes (91).
La bonanza económica de los años 90
convierte a la novela en un objeto industrial de consumo solo presente si es rentable. La consecuencia
es la consolidación de la novela normalizada, comercial y políticamente
correcta. Las tendencias anteriores se prolongan en autores realistas como Benjamín Prado, Alguien se acerca (98) y No
solo el fuego (99). Dentro del realismo social Belén Gopegui, con su obra comprometida La conquista del aire (98) donde denuncia los mecanismos arbitrarios
del poder y Luis Magrinya, que en Los dos Luises (2000) presenta las
maquinaciones desde el poder cultural de unos personajes caricaturizados. En la
novela mítica se destacan los dos títulos de Andrés Ibáñez La música del
mundo (95) y El mundo en la era de Varick (99) donde reflexiona sobre aspectos cercanos a la
metafísica y la estética. En la tendencia evocadora de la memoria, Ángel García Galiano con El mapa de las aguas (98) y Eloy Tizón, de corte psicológico Seda salvaje (95) y Labia (2001). En novela histórica
Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones por historias (96)
yJuana Salabert con Varadero (96).
La novela en el momento actual puede ser
contemplada desde un punto de vista económico y concebida como producto
industrial de consumo, al igual que las demás actividades culturales; También
se contempla como manifestación cultural de la sociedad del bienestar, producto
de prestigio apoyado por el poder político y económico. En tercer lugar la
novela es instrumento de ocio y entretenimiento pues la modernidad ha atribuido
a la literatura la función de evasión del ser humano ante las circunstancias
adversas de la vida. Por último, la novela es una obra literaria con todos los
componentes distintivos que pertenecen a un género literario concreto,
poliédrico y cambiante, ficción narrativa que crea un mundo estético autónomo
que transmite una visión de la realidad y tiene como meta la transformación de
la realidad desde un consecuente compromiso con el ser humano.
Novela posterior a 1936 hasta los 70.
La novela de postguerra se
inicia con la pérdida de referencias literarias, motivada por la muerte de
algunos escritores ( Unamuno, Valle Inclán), el exilio de otros (Aub, Ayala,
Sender), la censura y la imposibilidad de importar textos de autores
extranjeros prohibidos (Graham Green, Malraux, Dos Passos, Hemingway). Las
innovaciones de autores como Joyce, Proust o Faulkner tardaron en convertirse
en lectura habitual.
A.
La novela en el
exilio
Los autores exiliados
trataron principalmente temas de contenido social y de recuperación de la
realidad española y sin contacto con el mundo español escribirán sus mejores
obras. Entre ellos destacan:
Max
Aub. Su obra más importante es la
serie de los “Campos”, seis obras sobre la guerra civil y el exilio en los
campos de concentración de Francia, acontecimientos en gran medida
autobiográficos, entre ellos Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945),
Campo abierto(1951). Dentro del realismo tradicional La calle de
Valverde (1961).
Ramón
J. Sender. En su obra es constante la
indagación en los más diversos aspectos de la naturaleza humana. Su novela más
lograda, Réquiem por un campesino español (1953) expone los problemas de
conciencia de un cura, Mosén Millán, que no ha podido evitar el fusilamiento de
un joven campesino educado por él, hecho perpetrado por un grupo de nacionales
durante la Guerra. Crónica
del alba (1942-1966) se compone de nueve novelas de sabor autobiográfico. La
tesis de Nancy (1966) expone los graciosos equívocos de una estudiante
norteamericana en España debido a su escaso conocimiento de costumbres y lengua
españoles.
Francisco
Ayala. Autor vivo en la actualidad,
escribió Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962) con
la temática de la dictadura. Sus memorias fueron recogidas en Recuerdos y
olvidos ( 1982-1988).
Rosa
Chacel. Influenciada por Ortega y
Gasset, sus novelas se aproximan al ensayo por ser exponentes de una concepción
filosófica. En sus obras es constante el motivo de la memoria como forma de
recuperar la identidad vital entre otras Memorias de Leticia Valle
(1945) y Barrio de Maravillas (1976).
B.
La novela en los
años 40 (conocida como existencial)
Esta etapa se caracteriza
por la presencia de la realidad como tema literario. Son años de ruptura con el
pasado reciente y en los que coexisten varias tendencias: la novela
nacionalista – con autores como Rafael García Serrano, el realismo tradicional –con Juan Antonio
de Zunzunegui e Ignacio Agustí- , la novela humorística y fantástica
–con Wenceslao Fernández Flórez-, y el tremendismo, unido en ocasiones,
a una visión existencialista. Entre los autores más importantes están:
Camilo José Cela. La familia de Pascual Duarte (1942) inauguró la corriente del tremendismo, que
impregnó la literatura en los años de postguerra: en ella un campesino
extremeño condenado a muerte relata su vida, llena de episodios terribles, como
el asesinato de su propia madre. Con una visión temporal selectiva, el autor
retoma de la tradición picaresca el modelo de carta para explicar la
autobiografía y un narrador en primera persona, Pascual Duarte, que a pesar de
su incultura es capaz de realizar reflexiones profundas. Del realismo toma la
figura del transcriptor –“manuscrito encontrado”- que halló los manuscritos en una
farmacia de Almendralejo, segundo narrador de la obra. Con una prosa en la que
destaca la crudeza del lenguaje, Cela se presenta como el maestro de la
etopeya. En 1951 apareció La colmena
y a su vez marcó el camino de la novela en los años 50. Esta novela, cargada de
pesimismo, refleja la vida del Madrid de 1942, el argumento es mínimo, y los
personajes se mueven por dos motivos constantes: el hambre y el sexo. El
protagonismo es colectivo –unos 160 de cierta relevancia-, el tiempo se reduce
a tres días y el espacio está limitado a una zona de Madrid. A través del
diálogo entre los personajes, se transmite una sensación de colectividad y
simultaneidad a través de la técnica del contrapunto, alternancia de secuencias
simultáneas en lugares distintos. Otras obras de Cela son Mazurca para dos
muertos (1983) y de especial dedicación a los libros de viajes, como Viaje
a la Alcarria
(1948) y Viaje al Pirineo de Lérida (1965).
Carmen Laforet gana el Premio Nadal de 1944 con Nada, una
novela de aprendizaje donde se unen personajes frustrados, catástrofes
personales y un ambiente opresivo y sórdido, entregando una visión pesimista de
la realidad.
C. La novela en los años 50
La novela de estos años
continuó la tradición del realismo de los cuarenta y sus características se
mantienen hasta el principio de la década de los 60. Junto a la influencia de La
colmena, otras aportaciones extranjeras enriquecen la narrativa, entre
ellas el conductismo o behaviorismo norteamericano –no hay introspección ni
pensamiento de los personajes, todo el relato se basa en el diálogo-, el
objetivismo francés y su narrador “objetivo”,
y el neorrealismo italiano. Aunque la censura política, religiosa y
sexual seguía vigente, los autores se plantearon un compromiso ético con la
realidad circundante, reflejar la situación en la que vivían los españoles de
la época. Se distinguen dos tendencias:
a) Novela social. Los
narradores sociales entendieron la literatura como una forma de concienciar al
público y de influir en su postura ideológica. El trabajo y las nuevas
injusticias es el tema de relatos como La mina de López Salinas, La
zanja, de Alfonso Grosso, Central eléctrica de López
Pacheco; la emigración a la ciudad aparece en La piqueta, de Antonio
Ferres. Otras obras importantes son Las afueras de Luis Goytisolo, y Tormenta de verano, de Juan García Hortelano.
b) Novela neorrealista. Los
escritores neorrealistas consideraban que la realidad implicaba también las
vivencias personales del individuo, lo que les permitió mostrar otro aspecto
del mundo a través de temas como la soledad, la frustración o la decepción.
Para estos autores, el compromiso ético significó una actitud personal. El
Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio se convirtió en la obra de mayor
repercusión de esta tendencia, ejemplo de la técnica conductista: la anécdota
es reducida, el tiempo también –unas dieciséis horas-, el lugar se acota a
orillas de un río –zona baja-, y en un taberna de la zona alta, el
protagonismo es colectivo repartido en dos grupos –la pandilla de jóvenes y el
grupo de adultos de la taberna-, el narrador solo ofrece lo externo, el diálogo
de los personajes, a través de la técnica de la cámara, como imágenes visuales
filmadas; en este relato se ofrece la visión fatalista de la vida: no pasa nada
en la novela hasta que una de la chicas de la pandilla, Lucita, muere ahogada en el río.
La obra de Ignacio
Aldecoa constituye un testimonio de la España de postguerra, llena de decepciones y
angustias; con sus novelas pretendía realizar una pintura de los distintos
sectores sociales (gitanos, pescadores,
guardias civiles) entre ellas El fulgor y la sangre o Gran sol;
en sus cuentos se observan ciertas constantes como los oficios, la emigración,
la vida en la ciudad, los niños. Entre las escritoras representativas de esta
tendencia Carmen Martín Gaite y su novela Entre visillos, y Ana María Matute,
con Pequeño teatro.
D. La novela en los años 60 (experimental)
Los autores de los sesenta
introdujeron novedades en el discurso narrativo retomando los hallazgos de la
novela europea y americana de principios de siglo (Joyce, Kafka, Proust,
Faulkner, Beckett) a los que se unirán las innovaciones del “boom” en la novela
hispanoamericana. Estos narradores centrarán sus esfuerzos en la renovación
formal y en la experimentación técnica y lingüística. Sus características
generales son:
-
Pérdida de
relieve de la historia, el argumento, la acción es mínima.
-
Empleo flexible
de las personas narrativas. Alternancia de la primera o la tercera, y con
frecuencia la segunda. El perspectivismo otorga distintos puntos de vista sobre
un mismo hecho.
-
Ruptura de la
linealidad temporal. El espacio se reduce a veces a un marco impreciso.
-
Uso del monólogo
interior o “fluir de la conciencia”. Así se expresa la interioridad de unos
personajes conflictivos, y como la conciencia no sigue las normas gramaticales
se produce la desestructuración de la sintaxis.
-
Riqueza
lingüística: léxico elaborado junto a lenguaje coloquial o vulgar, rupturas
sintácticas, oraciones largas unidas a frases breves, casi telegráficas.
-
Importancia de la
visualidad. Supone el uso de innovaciones tipográficas –organización de la
página, dibujos-; en ocasiones no hay signos de puntuación, y se eliminan las
divisiones en partes o capítulos, el fragmentarismo del texto se consigue por
el uso de espacios en blanco.
Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos marcó un hito en
la novela española contemporánea. Su argumento llega en ocasiones al melodrama
y emparenta incluso con el género folletinesco: Pedro, un médico dedicado a la
investigación se ve involucrado en la muerte de una joven a la que se le ha
practicado un aborto, sale exculpado pero despedido del centro donde trabaja;
el novio de la joven fallecida, creyéndole culpable, mata a la novia de Pedro.
Finalmente, decide abandonar la ciudad y dedicarse a la medicina rural. Este
argumento sirve para realizar una radiografía de los diferentes grupos sociales
del Madrid de los años cuarenta, pero el planteamiento crítico no solo es
social, sino que abarca cuestiones de carácter individual. Se alterna la
presencia de un narrador omnisciente con el monólogo interior y el uso de la
segunda persona, con lo que el texto ofrece múltiples perspectivas, a través de
un lenguaje es culto y de elaboración literaria, a veces casi barroca.
Juan Goytisolo. En su obra Señas de identidad aparecerá un
tema constante en la obra de este autor: el rechazo de una interpretación
parcial de la historia y la cultura españolas. Transmite vivencias de los
acontecimientos –por lo que abandona el objetivismo por el más puro
subjetivismo- incorporando aspectos individuales a los sociales, con todas las
renovaciones formales de la novela moderna
Gonzalo Torrente
Ballester. Iniciado en la novela
nacionalista con Javier Mariño (1943), su obra se extiende a toda la
segunda mitad del XX. Con La saga/fuga de J.B. (1972) crea una novela de
carácter intelectual basada en el monólogo interior, en la que se mezclan
pasado, presente y futuro de un pueblo imaginario de Galicia, Castroforte. La
historia española se ve sometida a una revisión paródica y las iniciales J.B.
funcionan como claves de un nombre que puede corresponder a diferentes
personajes. Los aspectos fantásticos le confieren una atmósfera irreal
totalmente alejada del realismo. En una línea de realismo tradicional destaca
la trilogía de Los gozos y las sombras (1957-62) sobre la realidad
gallega en los años de la
República.
Miguel Delibes. Su trayectoria narrativa constituye una síntesis de
las tendencias narrativas desde la postguerra a la actualidad: el
existencialismo de La sombra del ciprés es alargada (1948), el
objetivismo de La hoja roja (1959) o las innovaciones narrativas en Parábola de náufrago (1969). En 1966
publica Cinco horas con Mario, el soliloquio –con abundantes reproches-
de una mujer que dialoga imaginariamente con su marido la noche en que vela su
cadáver: la incomprensión mutua de una pareja sirve como reflejo de la
situación social en la que conviven dos visiones muy diferentes de la España de aquellos años. La
esquela mortuoria inicia la obra, limitada a doce horas, pero mediante el
monólogo de Carmen realiza saltos temporales, recorriendo subjetivamente veinte
años de su vida. El uso de la segunda persona aproxima al lector a lo narrado y
el punto de vista es el de la protagonista. El ámbito rural tratado en obras
como El camino (1950) o Las ratas (1962) volvió a retomarlo con Los
santos inocentes (1981), muestra de la oposición entre la vida del señorito
y sus servidores, con importantes
renovaciones formales: la narración, diálogo y descripción presentes no
respetan los signos de puntuación.
E. La novela desde los años setenta
A finales de los sesenta
se produjo una corriente conocida como experimentalismo, que manifestaba un
rechazo total por la anécdota, y entre los escritores adscritos a esta
tendencia encontramos a José Mª Guelbenzu, Félix de Azúa, Juan
Cruz y Juan Eslava Galán. Mención aparte merece Juan Benet y Volverás
a Región de 1968, con un tipo de novela basada en la elaboración del
lenguaje y la reflexión.
A partir de los años
setenta, la novela se caracteriza por la coexistencia de distintas tendencias y
estilos anteriores. Dentro de la diversidad se detectan estos rasgos
comunes:
-
Renovado interés
por la historia –regreso a la narratividad- y la variedad estilística
-
Variedad de
temas. Todos los temas están presentes,
desde el realismo al compromiso ético, la reconstrucción histórica o la pura
fantasía. La novela lírica y emotiva aparece en obras como La lluvia amarilla
de Julio Llamazares, 1988, y la Guerra civil, como trasfondo de la historias
aparece en El pianista de Vázquez Montalbán o El lápiz
del carpintero (1998) de Manuel Rivas.
-
Presencia de la
metanovela, cuando la novela habla de la novela. Entre ellas Beatus ille
(1986) de Antonio Muñoz Molina o Novela de Andrés Choz de José
María Merino (1976).
La novela policíaca
combina la narración de una historia interesante con aspectos sociales y de
denuncia. En España este modelo nación con La verdad sobre el caso Savolta
de Eduardo Mendoza (1975) que recrea la Barcelona de principios
de siglo y los conflictos de la Semana Trágica. Eduardo Mendoza ha seguido
este camino en otras obras como El misterio de la cripta embrujada
(1979) o La aventura del tocador de señoras (2001). En esta misma línea
están las obras de Manuel Vázquez Montalbán, creador de la saga del
detective Carvalho, ex comunista y ex agente de la CIA : Asesinato en el Comité
Central (1981) o El hombre de mi vida (2000).
La novela histórica
supone la recreación de hechos históricos y se vio influida por la obra de Umberto
Eco El nombre de la rosa (1980). En esta línea pueden citarse
En busca del unicornio (1987) de Juan Eslava Galán, El hereje
de Delibes, (1998), El capitán
Alatriste (1998) de Arturo Pérez
Reverte o Urraca (1991) de Lourdes Ortiz.
Dentro de la narrativa
basada en la importancia de la intriga encontramos a Javier Marías: desde
sus primeras obras la impronta de la intriga mueve los hilos de la historia,
del misterio y de la aventura, imaginaria o vivida, unida a los viajes. Mezcla
narración y reflexión, y mediante un narrador protagonista en primera persona
juega con el tiempo presentando situaciones repetidas en momentos temporales
diferentes. Entre otras destacan Todas las almas (1989), Corazón tan
blanco (1992) –con el tema del azar como un instrumento del destino que
juega con los individuos- y Mañana en la batalla piensa en mí (1994).
En todas las novelas de Antonio
Muñoz Molina el interés por la historia narrada es primordial, y en ellas
es habitual el valor de la memoria como recuperación de una vida y la presencia
de una intriga como eje estructurador del relato. La intriga adquieres
características policiales en El invierno en Lisboa (1987) y Beltenebros
(1989). En Plenilunio (1997)
muestra cómo lo más terrible puede formar parte de nuestra vida
cotidiana –el asesinato de una niña-.
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